Por: Sandra Gallego (colaboradora)
sandrina.criticunder@ymail.com
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Calificación: ★★★★★
Nefastos, impunes, grotescos, el lado oscuro de la justicia, policías fiscales, jueces, todos complotados por una causa, limpiarse lo sobrepodrido. Año 2005, Fernando Ariel Carreras es el protagonista de esta triste ficción-realidad en el que al libre albedrío quedan los inocentes, en la casualidad misma del final. La escena del hecho es recreada una maqueta que por arte de magia toma movimiento y vemos la trágica persecución. Pistas transgiversadas, el encubrimiento de un delito sucede generando otro delito, como solo los profesionales pueden hacerlo, con el agravante de que estos han sido concebidos para combatirlos. Una imagen abstracta nos sugiere un sueño del hecho detonante y luego captura donde es tomado como rehén y culpable un padre de familia con una vida sin transgresiones a la sociedad. Una estrategia donde la verdad asoma en todas partes y la mentira empuja hacia el fondo. Material de archivo es omitido por esta suprema autoridad que delata por si solo un trabajo de inteligencia que pervierte el sentido honorable a la causa de este cuerpo. El relato de la trama evoluciona tácticamente hacia un correcto veredicto que desenmascara la falsedad con la que los poderes en cuestión se manifiestan. Efectos especiales, rayos laser que traspasan orificios de balas reales, muñecos de un juego de adultos donde perdemos los supuestos defendidos, son el valor agregado en la que esta comprometida y valiente película hace del festival un grito más a la sociedad. Un ejemplo del arte al servicio de la humanidad.
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La pelicula es una mentira abalada por enemigos del orden
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